jueves, 3 de diciembre de 2020

EL LENGUAJE DEL ESTUDIANTE COMO CAMBIO EDUCATIVO

En aquel noviembre del año 2000, caminando con zapatos formales y vistiendo un traje, meses después de estar con ropa de campo, me disponía a dar a conocer mis intenciones por ser admitido en el claustro de un prestigioso colegio capitalino. Situaciones de salud familiares me obligaron a tomar la decisión de dar un giro hacia un mundo que, sin saberlo, iba a requerir de esfuerzos tan extras como necesarios.  La brecha etárea con los muchachos no era de consideración.  Alumnos de diversificado, teníamos una diferencia entre 12 y 14 años de edad, solo varones, grupos entre 18 y 36 estudiantes, compañeros profesores amigables como también algunos prestos a la zancadilla.  Algún videocassette hizo presencia en aquellas primeras clases de biología, textos muy ilustrados, aulas con todos los recursos que daba la época.  Nokia 5170, "Frijolitos" con más ringtones. el blackberry.  Britney Spears y Robbie Williams cantaban a la moda.

Posteriormente, en otro centro educativo privado, la diferencia de edad aumentó:  chicos y chicas de diversificado de 16 a 18 años recibieron mis clases de biología y química a mis 35 años.  Escuché por primera vez y recibí mi primera capacitación sobre planificación por competencias.  Mis compañeros docentes de nivel ya tenían el apoyo de dos computadoras desktop e impresora.  Aún veo a muchos de ellos en redes sociales.  Textos de calidad, aulas de 20 a 35 alumnos.  Windows XP, auge del CD.  Shakira, Daddy Yankee y otros llenaban el ambiente.

El retorno al primer colegio por 7 años más lo hallé con la paulatina tecnificación de las aulas.  Desktop y cañonera por salón, horno microondas.  Diferencias de edad con mis alumnos entre 20 y 25 años.  El boom del smartphone. Paramore, Fergie, Black Eyed Peas son algunos de los representantes.

En 7 años de docencia universitaria en el interior de la República de Guatemala he comprobado la heterogeneidad del acceso a los recursos tecnológicos.  La pandemia provocada en 2020 por Covid-19 desnudó aún más las carencias del sistema educativo nacional, la obligada capacitación del docente y el esfuerzo económico de los estudiantes y sus padres para solventar los compromisos académicos.

He tenido la oportunidad de servir con mi labor docente de 20 años a un número aproximado de 1800 estudiantes de forma presencial.  Virtualmente en una universidad privada al menos 1500 más.  Edades en un rango de 11 a 50 años, desde 6to. primaria hasta pregrado universitario.

Se ha escrito mucho sobre las motivaciones extrínsecas e intrínsecas de los estudiantes por edades, sus intereses, sus problemas, oportunidades y deseos.  Estas características han sido trabajadas por profesionales de cada área, pero el motivo de esta opinión es rescatar una sola que es común a los aproximados 3,300 participantes que pasaron por mi aula física o virtual:  El deseo de aprender con su propio lenguaje.

El lenguaje propio toma como rehén al lenguaje científico específico de la asignatura.  Lo esquematiza según las conexiones neuronales formadas con anterioridad, lo interpreta según su experiencia, lo analiza y sintetiza poniendo a jugar a la plasticidad cerebral.  Lo relaciona con sus propias rutas neuronales.  Clasifica, prioriza y concluye.  Las velocidades de procesamiento difieren en los mismos grupos etáreos, de las diferentes épocas y contextos socioeconómicos, biológicos, ambientales y culturales.

Es tiempo ya de buscar a través de una planificación objetiva la emancipación educativa, la revolución en el aprendizaje tradicional hacia el aprendizaje significativo de Ausubel, en donde el participante relacione y enriquezca el conocimiento previo con el nuevo, en el cual, también Howard Gardner y la teoría de las inteligencias múltiples tiene mucho que aportar.  El hombre es un elemento fundamental en el proceso histórico y solamente potenciando sus competencias y habilidades logrará ser esa chispa que provoque los saltos que la sociedad necesita para su verdadera autodeterminación.